lunes, 9 de noviembre de 2015

SOBRE EL TRABAJO

Sé bien lo que es trabajar, aunque lo cierto es que no empecé a hacerlo a los catorce años o incluso antes como era habitual en la generación de mis padres. Pero tras algún trabajillo sin contrato, cuando me introduje oficialmente en esta etapa de la vida, lo hice en una fábrica y según el modelo que tenía: el de vivir para trabajar, porque eso de estudiar parece que tampoco resultaba productivo para la economía doméstica. Así, iniciaba mi jornada laboral a las 7 de la mañana para concluirla a las ocho de la tarde, llegando a trabajar también los sábados por la mañana.
Trabajaba sin apenas ver el sol, de no ser por la pequeña pausa que hacíamos para almorzar a las puertas de aquella nave industrial o para comer presurosamente en una breve escapada a casa. Cuando no trabajaba, me dedicaba principalmente a descansar, y si me quedaban ganas para hacer otra cosa, bailar en alguna discoteca o coger un poco la bici.
Aún así, he de decir que me gustaba aquel primer trabajo con contrato y me sentía bien con el hecho de aprender un oficio con el que conseguir bastante más de lo necesario para vivir, porque cabe anotar que tenía un sustancioso sueldo, claro está, a costa de trabajar muchas horas. También seguía viviendo bajo el cobijo de mis padres. Pero los años pasaron y tuve claro que no quería llevar la misma vida que mi progenitor, así que cambié mi punto de vista y empecé a trabajar lo necesario para vivir, permitiéndome ocupar el excedente de tiempo con otros menesteres, cosa que no pareció sentar del todo bien, ni en casa ni en la dirección de la empresa, dado que mi padre desempeñaba un puesto destacable en la misma y yo me decanté por otra versión diferente a mi modelo.
A pesar de mi reducción de la jornada, aún continuaba proporcionándome bastantes ingresos, que resultaban muchos para un joven sin cargas familiares y ni tan siquiera un coche que pagar o mantener y cuya única preocupación era ampliar un poco su vestuario. Con el paso de los años y por cambios en la situación familiar, me convertí en algo así como el cabeza de familia: era el que aportaba el sueldo para pagar la hipoteca y la comida. Aún así, yo también decidí “cambiar de aires” y finalmente dejé aquel trabajo.
Por aquel entonces, por medio del voluntariado que estaba llevando a cabo en una conocida ONG encontré mi actual trabajo en una fundación. Si lo comparo con el de antes, que era más físico, podría decirse que esto no es trabajar, no obstante este otro trabajo comporta bastante carga emocional, frustraciones, prueba de la paciencia, relaciones personales un tanto complejas por el tipo de colectivo con el que interactuamos, etc. Por suerte, también me gusta este trabajo y aunque gano bastante menos, me permite más tiempo para vivir más allá del mundo estrictamente laboral. Me permite tener vida familiar y personal.
Aunque mi situación familiar hace años que ha cambiado y ahora tengo muchas más responsabilidades que no me permiten jugar a cambios laborales, también me gustaría volver a cambiar de trabajo, principalmente por mantenerme siempre activo aprendiendo cosas nuevas y no acabar “quemado” o acomodarme demasiado.
Pero como siempre, quizá lo importante no es estar a gusto con el trabajo, sino a gusto con uno mismo, porque al fin y al cabo, así podemos estar a gusto en cualquier parte y aunque también haya días con nubarrones, el sol siempre resplandece.

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