viernes, 27 de marzo de 2020

INSOMNIO

Últimamente no estoy durmiendo mucho. ¿Cosas de la reclusión o la baja actividad? Me despierto a las 2, a las 3 de la noche. Me quedo en la cama dando vueltas y más vueltas, viendo las horas pasar. A veces enchufo el ordenador, trato de escribir algo o leer a ver si me llega la fatiga y me duermo… Incluso en primavera o verano he llegado a coger la bici y salir a esas intempestivas horas de la noche a dar una vuelta, pero ahora hace frío y está prohibido salir de casa.
Ha habido temporadas que he atravesado situaciones similares, no de reclusión, sino de insomnio, especialmente si me he dedicado a escribir algún libro que me ha enganchado. Así, he llegado a estar algo más de un mes durmiendo solo entre tres y cuatro horas al día, escribiendo frenéticamente, a cualquier hora del día y en cualquier lugar.
En estas etapas, he mantenido una extraordinaria actividad física y mental día y noche, sin percibir fatiga alguna, como si estuviese bajo los efectos de una poderosa sustancia energizante. Pero una vez concluida esa agotadora y apasionante tarea de escritura, me llega un tremendo bajón. Suelo perder peso; las defensas se desploman y me llego a resfriar. Calentura, fatiga, tos y todas esas cosas en apariencia insignificantes y que ahora parecen preocupar de verdad a las personas.
En esta situación de cuarentena es algo diferente. Me está costando escribir. Por el momento no estoy enganchado a esa novela que hace años que tengo entre manos. Con esta reclusión forzosa, aunque sigo trabajando y saliendo de casa por ello, podría dedicar más tiempo a escribir con tranquilidad; podría descansar… Pero no lo soporto. Me corroe la inactividad pese a cierto temor a contagiarme o contagiar cualquier cosa que pudiese pasar desapercibida y que a su vez resultara ser mortal para otras personas. Lo único que me apetece de verdad es pasarme el día encerrado con mi mujer y comerle el co… como si no hubiese mañana. Bueno, cosas del fin del mundo y eso, pero con el colecho, los niños todo el día en casa, la fatiga, el desinterés o los turnos de trabajo… ¡Misión imposible! Así que este es otro ingrediente más que contribuye a turbar mis sueños.
Busco la manera de reengancharme a la escritura de esta novela cuyo plazo de concurso se aproxima y que ha supuesto un reto personal en numerosas ocasiones. Pero ahora me falta esa pasión, esa chispa que he tenido en otras ocasiones. Tengo muchas ideas al respecto, diferentes versiones y situaciones interesantes, pero me está costando encauzarla, atraparme, encontrar esa óptica adictiva que me haga escribir y disfrutar como un poseso. Y mientras, veo pasar las horas de la cuarentena.
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lunes, 23 de marzo de 2020

APATÍA

Llevo ya unos cuantos meses que he perdido el interés y la motivación por escribir. Así poco a poco he ido abandonando todas mis bitácoras.
Hace poco recibí las bases de un concurso literario al que me he presentado en varias ocasiones y para el que tengo un libro empezado, pero ni esto ha suscitado mayor interés. Percibí una pequeña chispa de ilusión con la que trabajar para volver a presentarme. Releí lo escrito y no supe continuar o me faltan esas ganas de escribir que antes me desbordaban y con gusto también me quitaban el sueño.
Ahora mismo me siento estancado. Algún día he buscado un momento para escribir y me he sentado delante del ordenador, pero no han salido las palabras; no han fluido las ideas.
Nada me parece lo suficientemente interesante como para escribir y tampoco parece que tenga mucho que contar. Quizá podría retomar algún cuento, porque dibujar me parece más atractivo, incluso podría maquetar algún vídeo de los cuentos que tengo, pero aún así, noto que la llama se ha apagado.
Solo me queda dejar pasar un poco de tiempo esperando que esto mejore o tratar de esforzarme algo más por llevar adelante lo que en algún momento me ilusionaba, aquello que me permitía soñar, compartir sentimientos, inquietudes e ideas.
Así, he tratado de retomar la publicación de alguna receta que aún tenía a medio terminar y con las fotos ya hechas. También he intentado escribir estas líneas o incluso la reelaboración de algún proyecto que tenía en mente, pero noto que las palabras no fluyen y no tengo chispa. Por suerte, me considero una persona bastante constante y sé que aunque me encuentre en una etapa de bajón y estancamiento, seguiré intentando arrancar esta vieja moto hasta que ya no me queden fuerzas o arranque por fin. Espero conseguir ponerla en marcha.

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lunes, 16 de diciembre de 2019

EL PATINETE Y LA ESTUPIDEZ

Me preocupa el cuidado del medio ambiente, además de mi propia salud física. Por ello, una de las medidas que utilizo en la mayoría de mis desplazamientos urbanos es ir en patinete, aunque también voy a pie o en bicicleta. Utilizar unos minutos más o menos en los desplazamientos para mi es muy importante. Así, invierto unos 26 minutos en ir de mi casa al trabajo a pie a buen ritmo. Este tiempo se reduce a 8 minutos si voy en bicicleta, pero no existe sitio para dejarla con tranquilidad. De modo que casi todos los días elijo el patinete como medio de transporte más práctico, saludable y ecológico, con el que tardo 15 minutos y lo puedo dejar cerca de mí, en cualquier parte sin que estorbe ni que me lo puedan quitar.

Resultó algo difícil encontrar un patinete adecuado, porque, aunque se vendan como urbanos, las aceras y su mal estado, bordillos y pequeñas pendientes se convierten en todo un peligro, además del agua de lluvia o de los servicios de limpieza de calles o portales. El tipo de rueda y su tamaño son determinantes, así como todas y cada una de las uniones de sus diferentes partes. Busque mucho. Hace un tiempo compre uno, y aunque tenía las ruedas grandes, eran duras y finas y parecía que se iba a desmontar en cualquier momento. Lo utilicé pocas veces porque daba miedo ir con él por las aceras y más si estaban un poco mojadas. Así que se lo pasé a mis hijos para que lo utilicen en el parque.
Seguí buscando otro patinete y los eléctricos se pusieron en auge, que, aunque pueden resultar un buen medio de transporte urbano, ágil, rápido… Siguen necesitando una fuente de energía, con lo cual, para mi no resultan del todo respetuosos con el medio ambiente ni pude decirse que se contribuya mucho a darle más movimiento al corazón.
Tras seguir buscando, finalmente encontré lo más parecido a un patinete perfecto: ruedas neumáticas bastante grandes, manillar ancho, ligero, robusto, sin baterías; un auténtico todoterreno con el que no hay bordillo ni acera que se resista; con el que incluso puedo circular por pistas de tierra o grava. Se inauguraba a la vez un carril bici que también podía utilizar con el patinete.
Y así fue como este cuarentón empezó a moverse por la ciudad con un patinete como si de un niño o un adolescente se tratase. He de decir que se hace mucho ejercicio. Las piernas casi trabajan más que con la bici. Se tira también mucho de brazos y el propio movimiento hace que igualmente se trabajen los abdominales, y más cuando se utiliza en cuatro trayectos diarios sumando una hora un día tras otro.
Soy persona que voy a mi aire y no me importa cuanto la gente pueda decir, pero me choca la avidez con que el ser humano es capaz de meterse en cualquier aspecto de la vida de los demás y emitir fácilmente juicios sobre todo: las compañías con las que va, la ropa que utiliza, si tiene tatuajes, la nacionalidad, la forma de ser, el peinado, el peso, el color de la piel, la religión, su inclinación sexual, la edad, la profesión, el estado civil… Y también… el medio de transporte utilizado. “Muy mayorcito para ir en patinete, ¿No?”, “El patinete ya no es para ti”, “¿A qué niño le has quitado el patinete?”, “Madura, que no tienes edad para ir en patinete”, son algunos de los comentarios que he oído o que también cualquier otra persona podría pensar sin atreverse a decir.
¿Porqué tenemos que meternos en la vida de los demás sin tan siquiera conocer nada de ella? Quizá porque como decía un célebre y conocido físico “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”.
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viernes, 13 de diciembre de 2019

VOCACIÓN FRUSTRADA

Hace ya muchos, muchos años que trabajo en el ámbito social y he de decir que me gusta hacerlo, y que no hay nada como trabajar en aquello que realmente te gusta. Hace relativamente poco, por circunstancias diversas en mi vida tuve que retomar el trabajo en una fábrica del sector metalúrgico, en el que ya había trabajado antes siguiendo caminos trazados por la familia. Aunque ese sector no me desagradaba, recuerdo que hace poco salí un día de la fábrica y por casualidades o no del destino, me invadió una extraña sensación de libertad por haber dejado momentáneamente atrás el taller. Por otro lado, casi a la par, tras haber acabado de realizar unas acciones de voluntariado en una ONG, sin parar a almorzar y sin haber tenido apenas tiempo para comer, salí con una agradable sensación de bienestar y plenitud que me sorprendió al poder comparar en un breve espacio de tiempo estas dos sensaciones tan opuestas.
Esto me llevó a decantarme a pensar que debo proseguir mis andaduras por el sector social, aunque existe otro ámbito de mi interés como es la informática, que puedo decir que me ha acompañado durante ya más de veinte años, habiendo aprendido mucho por mi cuenta y necesidades del trabajo que he ido desarrollando en el mundo social. Sé ensamblar ordenadores, instalar sistemas operativos, conectarlos en red, hacer páginas web, diseño gráfico, ilustraciones y maquetado de libros, crear formularios, bases de datos, herramientas de evaluación, e incluso cuadernillos de test psicológicos.
Este año, tras haber pasado a las filas del desempleo y acabar unos estudios sociales, mientras salía o no algún trabajo de lo que hasta el momento podría considerar "lo mío", a la vez que trabajaba en una fábrica, quise profesionalizarme en este otro campo con tantas salidas profesionales y en el que tantos conocimientos he ido cultivando por mí mismo a lo largo de muchos años. He de anotar que la informática también cuadra bastante con mi forma de ser algo introvertida, metódica y reservada capaz de dedicarse ciegamente a pasar horas y más horas absorto mientras trasteo con un ordenador y supero las dificultades o retos que me puedan ir surgiendo en un campo que para mí no tiene fin y no para de cambiar y evolucionar. Quizá de ahí se deba también el atractivo que suscita para mí.
Así, cursé la preinscripción para formarme como informático a la vez que en el fondo de mi ser me planteaba si quería empalmar unos estudios con otros y si podría llevar bien el trabajo en una fábrica, con la vida familiar y las tareas del hogar con unos estudios bastante más complejos que requerirían mucha mayor dedicación que los anteriores, acompañados de la rama matemática que no es precisamente plato de mi agrado. Nuevamente, por cambios laborales posteriores, estudiar algo más profesional relacionado con la informática parece haber quedado relegado para otro momento de mi vida.
Me queda el consuelo de creer que quizá pasar a una versión más pura y profesional del mundo informático, pueda perder parte del encanto, curiosidad e interés que me ha despertado siempre y no sea como parece, pero mientras no sea así, puedo seguir pensando en ella como otra posible profesión en la que en un futuro pueda desarrollarme y crecer como persona, aunque vayan pesando sobre mí el paso de los años en este mundo tan competitivo. Aún así, espero que siga a mi lado como ese compañero fiel, que ofrece su apoyo y compañía y que juntos podamos llegar bien lejos.
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sábado, 30 de noviembre de 2019

TIEMPOS MUSICALES

Me gusta la música sin ser un entendido en la materia, ni tampoco decirse que tenga un buen sentido del ritmo. No tengo especial interés por artista o tipo de música alguno, y lo cierto es que en la actualidad tampoco suelo dedicar mucho tiempo a escuchar música, pero cuando la oigo, bien por la radio o en una película, a menudo la siento en forma de un movimiento que recorre mi cuerpo.
Como ya escribí en otra entrada, hace unos años, también era capaz de sentirla de una forma bastante particular en las discotecas. Así, era capaz de moverme completamente a merced de sus ritmos, hasta tal punto, que incluso cualquier baile de gogó quedaba eclipsado con mis movimientos en la pista, rodeado por la multitud. Algún DJ llegó a notarlo y vio que tenía poder sobre mi para hacer un determinado movimiento, por ejemplo, haciendo sonar una sirena, bajar el volumen o ralentizar el ritmo, factores que provocaban en mí ciertas reacciones.
Mis amigos, por aquel entonces me llamaban “el robot” y me llevaban a todas partes porque al parecer formaba un espectáculo digno de ver y del que servirse para entablar conversaciones y conocer a otras personas. Yo sólo me limitaba a bailar como si entrase en trance con ello.
Pero eso forma parte del pasado, aunque sigo llamado al movimiento en el fondo de mi ser. Ha habido temporadas que he podido escuchar muchas canciones que no han acabado de trasmitirme nada y en otras épocas de mi vida, he podido sentir la verdadera dimensión de la letra de alguna de estas mismas canciones.
Si ahora hay algún momento que puedo dedicar a escuchar música, se debe a que a mis hijos les gusta y también disfrutan mucho bailando. Así, podría decir que suelo hacerlo en el coche, mientras me dedico a las tareas domésticas o a modo de juego con mis hijos, con los que me sumo al baile y evoco el pasado.
A estas pinceladas musicales, se suma la voz de mi mujer, que me estremece y emociona en lo más profundo de mi ser en las pocas ocasiones que ahora la oigo cantar. Ella antes cantaba en algún grupo y yo disfrutaba mucho oyéndola, siendo un fan entre el público en cualquiera de los pequeños conciertos que organizaban.
Ahora, el trabajo, la crianza, la fatiga, la edad… Acaban siendo todos esos factores que limitan mi tiempo para escribir al igual que el de mi mujer para cantar.
Quiero movimiento, necesito sentir esa música incitando mi cuerpo a moverse. Me gustaría oír cantar a mi mujer. Quiero retomar la escritura o dibujar algún otro cuento para mis hijos. Parece que como en diferentes etapas de mi vida, me falta encontrar esa chispa, esa ilusión que despierte nuevamente mi pasión por estas artes.

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miércoles, 22 de mayo de 2019

CREADOR DE SOLUCIONES

Quizá este sea un título muy pretensioso. Lo cierto es que consideraba más acertado considerarme como un “buscador de soluciones”, aunque pienso que encontrar algo oculto que resulte ser la panacea a determinados males y que estaba ahí, esperando ser descubierto, es algo más propio de los científicos. A mi me va más eso de la construcción, uniendo piezas una a una hasta darle forma a aquello que pueda resolver alguna de nuestras necesidades personales del día a día.
A menudo hay personas que suelen preguntarse si un determinado talento nace con la propia persona o se hace por medio del aprendizaje y las vivencias personales. Aunque hace poco compartieron conmigo una frase que me llamó la atención: “uno nace como nace y luego hace lo que haga falta”.
He sido alguien que siempre ha creído en las personas y en su capacidad de hacer cualquier cosa que se propongan si le ponen ganas. Y a menudo, las ganas deberíamos ponerlas nosotros o será la propia necesidad la que pueda forzarnos a ello. Así, hay personas que se dejan llevar y se esfuerzan por aprender a resolver cualquier situación que les sobrevenga porque no tienen ascos ni miedo; simplemente porque creen que pueden hacerlo.
De este modo, me siento especialmente satisfecho de manejarme en ámbitos muy diversos como la informática, la cocina, el dibujo, la escritura, el diseño, la soldadura, el bricolaje, el deporte, la jardinería, los cuidados y atenciones personales, la organización… Porque el interés y la necesidad me condujeron a ello, convirtiéndome en una persona muy polivalente, creativa y con gran capacidad de adaptación, es decir, convirtiéndome en esa “navaja suiza humana”.
Desde bien pequeño me ha gustado la buena organización, la planificación, el análisis y los retos, y con la formación que he ido adquiriendo a lo largo de los años, en especial la última que he estado cursando, me ha conducido a aprender a desarrollar soluciones para los problemas y dificultades que me he ido encontrando por el camino. A menudo, estas son comunes con otras personas y tras compartir ideas, opiniones, puntos de vista, inquietudes, dudas… he sido capaz de generar alternativas muy interesantes y he acabado por afianzarme en algo que hace años tuve claro que era el camino que quería seguir. Me encanta hacer proyectos que contribuyan a resolver las necesidades de las personas. Ahora solo me queda empezar a poner en marcha esta capacidad para acabar de convertirme en ese “creador de soluciones” que quiero ser de mayor.
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jueves, 2 de mayo de 2019

LO QUE APRENDÍ DE MIS PADRES

Estaba hablando hace unos días con un amigo sobre la educación de las hijas e hijos y las responsabilidades que implica. A menudo acudimos a escuelas de padres, leemos libros, nos preocupamos por elegir la escuela a la que van a ir, las amistades que tienen, los contenidos televisivos que ven; queremos que tengan lo que nosotros no pudimos tener o evitarles malas experiencias como aquellas que nosotros pudimos haber vivido… Todo para procurarles lo mejor y que así tengan un buen porvenir.
Entre la conversación, al fin y al cabo nos dábamos cuenta de la infinita cantidad de variables que no podemos controlar y que finalmente acaban haciendo que la descendencia tome un camino propio, más o menos condicionada por lo que nosotros pretendamos haber querido inculcarles o desear para nuestros hijos e hijas. Aunque repasando la influencia o aquello importante que podíamos haber adquirido de la educación recibida en casa, en nuestro caso tampoco había mucho más que pudiésemos reseñar que algunos valores.
Por ejemplo, de mi padre, aprendí a ser honrado y trabajador. Me inculcó que a menudo es mejor hacer las cosas por uno mismo que mandarlas hacer a otras personas. Y quizá esto mismo me ha llevado a aprender a hacer de todo sin necesitar prácticamente de nadie para buscar las soluciones a mis problemas o retos que yo mismo me he creado. También me inculcó el hábito de madrugar para ir juntos al trabajo y eso es algo que he mantenido muchos años después de dejar aquella fábrica en la que me introduje con él al mundo laboral.
De mi madre, aprendí a ser constante, fuerte y tener carácter para no dejarme pisar por nadie, resistiendo todas las adversidades que la vida me pudiese deparar. Aprendí también a ser ordenado y responsable. Igualmente me transmitió la inquietud de buscar una parte espiritual y preocuparme por las demás personas tratando de ayudar al prójimo. Con ello aprendí a valorar lo que se tiene, dando gracias por ello, dado lo efímero de este mundo.
Si rasco un poco más allá, indirectamente de ambos acabé aprendiendo a no cargar con la mochila del reproche; a pensar bastante antes de tomar decisiones y asumir las consecuencias de ellas; a pagar mis deudas con diligencia y controlar mis cuentas, a tener cuidado sobre en quién confiar y a ser directo y sincero…
¿Y tú? ¿Qué aprendiste de tus padres?
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lunes, 22 de abril de 2019

HABLAR O NO HABLAR

Soy un tipo de apariencia seria y muy formal, o al menos así me consideran aquellas personas que me conocen de manera algo superficial. También puede decirse que soy muy poco hablador, y menos aún en público, hecho que refuerza mucho más todavía esta imagen de persona sumamente seria.
En algún momento, el hecho de no pronunciar bien la “R”, que me da una forma de hablar muy característica y que incluso ha llevado a algunas personas a creer que soy de procedencia extranjera, quizá ha propiciado que limitase mi expresión verbal. Aunque si hay algo que ha marcado más mi capacidad comunicativa, ha sido esa timidez que, por más que me esfuerce en combatir, sigo teniendo agazapada en algún rincón del fondo de mi ser y que a menudo me ha hecho desear ser una persona invisible.
De algún modo, me cuesta entender lo que consideraría una imperiosa necesidad de tener que hablar de algo, aunque sea trivial, como si el silencio nos incomodase; como si buena parte de esas palabras que circulan en el interior de nuestro pensamiento tuviesen que salir para no aglomerarse dentro de la cabeza y generar más desorden y caos. Aunque eso sí, es posible que filtremos mucho lo que vamos a decir y en consecuencia, esos pensamientos más nuestros, más íntimos, trascendentes, verdaderos e interesantes, queden por salir y las personas prefieran hablar de fútbol, del tiempo, de moda, cotilleos o incluso política, antes que de sí mismas o sus propias impresiones sobre lo que su interlocutor pueda generar en ellas, que es precisamente lo que más me interesaría escuchar.
Por otro lado, algunas veces siento cierta necesidad de hablar, bien por tratar de hacerme ver, darme a conocer, o por buscar la manera de conectar con el otro, o porque puedo pensar que a la otra persona le incomode el silencio. Y es en este momento, cuando las palabras en combinación con el deseo de expresarlas y la misma timidez, provoquen que salgan atropelladamente de mi boca. Así hablo rápido, quizá para no extenderme demasiado y provocar el aburrimiento o por no hacer perder tiempo a los demás ni el mío propio.


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jueves, 18 de abril de 2019

UN MUNDO POR DESCUBRIR

Es cierto que yo no he descubierto nada y que muchas otras personas antes que yo sí lo han hecho. También es cierto que las llamadas redes sociales me aburren mucho, pero hace relativamente poco me adentré en Instagram, la que dicen ser la red social estrella entre los más jóvenes. Aunque yo ya soy un “puretilla”, lo cierto es que a través de ella he podido ver la gran cantidad de maravillosos rincones que alberga este mundo.
Me hace sentir un privilegiado vivir en planeta tan bonito, aunque algunos de estos lugares no me sean accesibles para visitar, pero que gracias a las visitas de otras personas y las fotos que suben a la red, permite a muchos otros como yo viajar hasta esos recónditos y maravillosos espacios desde la pantalla de su ordenador y quizá soñar.
Aunque esto también parece tener algún inconveniente: Dicen de esta red social que dos de cada tres de sus usuarios se sienten miserables porque de un vistazo pueden ver vidas supuestamente mejores que las suyas. Es cierto que permite acceder a ver las mansiones, coches y nivel de vida de mucha gente adinerada, pero es algo que no me hace los dientes largos y que ni tan siquiera atrapa unos segundos de mi tiempo. Como todo lo que cada persona ve, es opción de cual elegir lo que desee ver a través de la pantalla de su ordenador o teléfono.
Por otro lado, esta red social también permite vislumbrar el sueño de convertirse en “influencer” a través de imágenes y videos que consigan contar con miles de seguidores que a su vez permitan a unas pocas personas vivir solo de las fotos que suben, pero la realidad a veces es otra y llegar a este nivel también debe implicar lo suyo o queda fuera del alcance de la inmensa mayoría.
También dicen de este mundo fotográfico que a menudo es irreal porque solo recoge nuestros mejores momentos, nuestras mejores poses, mostrando al mundo únicamente aquello que queremos hacer ver de nosotros y que a menudo esto no se corresponde con nuestra realidad cotidiana. Aunque tampoco es mi caso. Soy persona que  suelo subir únicamente las pocas fotografías que tomo con mi móvil sobre lugares visitados, animales o mis propias creaciones, porque lo cierto es que por el momento no me atrae la idea de hacerme ver posando en la red para alimentar mi propio ego.
Aun así, me resulta curioso su funcionamiento: Cientos de fotografías de muy diverso tipo se suceden sin más permitiendo concentrar unos escasos segundos en aquellas que susciten nuestro interés y manifestarlo con una doble pulsación sobre ella para pasar a la siguiente, y a la siguiente…
Y ha sido escribiendo estas líneas cuando he ido percibiendo como últimamente también ha decaído mucho mi interés por esta red social. Veo algo problemático invertir demasiado tiempo pasando fotos sin más y a menudo puede robar buena parte de nuestro tiempo, aunque cada cual elige con qué lo invierte. Por mi parte, el tiempo que acabo dedicándole, queda relegado a cuando me invade el aburrimiento o me siento en la taza del váter.
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miércoles, 27 de febrero de 2019

MIS EDADES

Empiezo a tener ya una edad que cuando me preguntan cuantos años tengo, he de pararme unos segundos para acordarme de ella o detenerme a pensar y calcularla en función de mi fecha de nacimiento. Aunque indistintamente de la edad física que pueda tener mi cuerpo, en mi ser percibo que poseo otras edades diferentes.
Siento que tengo lo que podría llamar una edad mental de 70 años, porque tengo una forma de ver el mundo como si hubiese alcanzado una experiencia propia de esa edad y ya hubiese dejado de lado aquellas cosas irrelevantes o de poca trascendencia, buscando tranquilidad; a su vez, siento que tengo una edad intelectual de 20 años, porque estoy muy abierto al mundo, al cambio, a las posibilidades infinitas que existen. Conservo una mente muy plástica y abierta y sigo interesado por aprender, haciendo que le esté sacando buen rendimiento a esta capacidad. También siento que tengo una edad hormonal de unos 17 años porque soy muy activo, vigoroso, enérgico, rebelde, nervioso y lleno de vitalidad.
Me quedaría por calcular una posible edad biológica en función del estado físico en que se encuentra mi cuerpo, que aunque conserva bastante agilidad, está en buena forma y puedo decir que tengo unas 54 pulsaciones por minuto en reposo, alguna vez se resiente con el paso de los años que lleva a cuestas.
¿Cuál es tu edad?
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